LA CIEGA DEL MANZANARES, 1131
— ¡Jesús! — exclamó la ciega, cubriéndose el
rostro con las manos.
- Volviendo la esquina de la calle de San Alberto
apareció la Tuerta limpiándose los labios con el
dorso de la mano derecha, lo cual indicaba que
había besado alguna reliquia en alguna ermita
próxima.
—¡Pues no hay aquí poca gente! —exclamó al
ver á sus dos hijos reunidos con la ciega.
—Uno sobra. 0
Y León señaló á Casimiro,
—Sobráis los dos... ¡vaya!... ¡quién se acerca á
darla una limosna si estáis aquí charlando! Y tú,
holgazana, ¿para qué tienes la guitarra sobre tus
rodillas? ¿Crees que yo tengo obligación de llenar-
te de balde el estógamo?
La pobre joven, sin contestar. ¿Qué iba á con-
testar á aquello? Enderezó la guitarra, y paseó por
las cuerdas su mano derecha, arrancándolas. tris-
tes sonidos. Se
León bajó los escalones del atrio, entretenién-
dose en mirar á las muchachas que volvían de la
compra, á quienes dirigía groseros chicoleos.
Casimiro fijaba en la ciega melancólicas mi-
radas. | i )
En aquel momento la Tuerta reparó en la cha-
queta de muletón con que el músico había cubier-
to los hombros de su hermana.
—¿Qué es esto?—exclamó,—y como levantase
el embozo de la capa de su hijo, y le viese en