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116 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Poco á poco fué penetrándose de la verdad, con
el recuerdo de las violentas escenas de aquella tar-
de siniestra.
Estaba en una casa extraña, debida á la caridad
de su dueña.
Adela no podía explicarse satisfactoriamente la
impresión desagradable que la producía la voz de
aquella mujer, y su lenguaje poco escogido, aun-
que pintoresco.
Era una cosa rara.
En medio de su agradecimiento, pensaba en
esto.
En aquella casa había algo hostil, que se le ha-
cía antipático, debiendo ser todo lo contrario.
¡Antipática la caridad!
¡Qué contrasentido!
De aquel montón de trapos de abajo y de basura
«arriba se desprendía un hedor nauseabundo que vi-
iaba la atmósfera. l
Los habitantes de aquella casa, acostumbrados
4 él, tal vez no lo notarían; pero era insoportable
para el que la visitaba por primera vez.
Todo esto producía mal efecto en el ánimo de la
pobre ciega.
Pero la idea de que con ayuda de la vieja pudie-
ra dar con Isabel, la hacía sobrellevar con resigna-
ción sus penalidades.
Sintió que hablaban abajo, y aplicó el oído.
Generalmente los ciegos tienen muy desarrolla-
do el órgano auditivo.