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162 LA CIEGA DEL MANZANARES.
AMí la hizo entrar, diciéndola:
-—Veremos cuánto tiempo dura tu negativa á se-
guir mis órdenes; aquí permanecerás sin comer y
sin beber hasta que te decidas á obedecerme. Es
inútil que grites, porque nadie te oirá; además, las
gentes de estos contornos tienen sobrado que hacer
con sus negocios para meterse en los delos demás.
Se guardarán muy bien, porque todos nos tapamos
algo unos á Otros.
Tu negativa de esta tarde ha ado mis
instintos de crueldad. :
He.resuelto que todo cuanto comas y todo cuan-
to bebas te lo ganes del modo que te he indicado.
Esto ha de ser... á menos que prefieras morir
aquí de sed y de hambre.
Y sin esperar respuesta, cerró, guardándose la
llave.
Aquel tropel de palabras cayó sobre la eabeza de
la ciéga como un turbión de verano sobre un sem-
brado,
Al pronto quedó aturdida, absorta, sin saber lo
que la pasaba.
Pero cuando se quedó sola fué desmenuzando to-
do lo que había oído.
- Por el tono con que se expresó la Tuerta, com-
prendió que era muy capaz de cumplir su ame-
naza,
Aquel era un crimen,
Pero ¿qué podía pesar un crimen más en aquella
conciencia que tendría tantos que reprocharla?