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—SÍ..
—¿Extenderás la mano para recibir lo que
te den?
—¡Mil veces sí, con tal de apagar esta sed que
me devora... de satisfacer el hambre que me mata!
—¡Vaya! ¡Si conoceré á la gente! ¡Bien sabía yo
que había de obtener este resultado! ¿Conque tie-
nes sed, linda zagala?
—¡Me abraso!
—¿Y hambre?
—¡Oh!... ¡es usted muy cruel!
—Lo que quiero es que se me obedezca,
—En fin, sáqueme usted de aquí, y sea lo que
Dios quiera...
—No: lo que quiera yo.
—¡Es verdad!... ¡Dios no puede querer estas
cosas!
La vieja asió su mano, sacándola fuera.
“Adela respiró con fuerza, como si el cambiar de
la reanimase. 30m
erta satisficiese aquellas dos
bes
debía llevar su crueldad
LA CIEGA DEL MANZANARES.
can
ciega, pensaba en otra
ra más aquel suplicio.
nbros un raído man-
jes y manchas, cu-
) eon un pañuelo