LA CIEGA DEL MANZANARES. 201
transeunte que no siempre puede salvarse de esa fi-
larmónica agresión.
Pero el Ma
era. uno de esos desventurados que tras muchas ho-
oe no era''un ciego vulgar, no
ras de trabajo y de recorrer calles y plazas, sufrien-
do los rigores del frío y la fuerza del calor, tornan
á sus miserables viviendas con algunas tristes pie-
zas, que apenas bastan á calmar su hambre. Hacia
esos tontos, como él los llamaba, sentía el más pro-
fundo desdén.
El arte, la maestría, la perfec ción del “oficio del
Manchego, según éste lo entendía, estaba en saber
explotar de un lado la: religión: y la caridad, de
otro el patriotismo, y siempre el orgullo y el amor
propio, las dos principales fuentes de su lucrativa
industria.
Así es que cualquiera que le hubiese seguido un
día, habríale visto llegar primero á la casa de la
vieja beata á entonar la oración de San Antomio 6
de San Juan; de allí, recorrer algunas calles inme-
diatas á las iglesias, donde con coplas alusivas á
su desgracia, tan bien rimadas como cantadas, so-
lía añadir algunas monedas á las que de la beata
alcanzara; luego, situarse en aquellos sitios por
donde solían hallarse los buenos españoles, y áuna
señal de su lazarillo, cantar ridiculizando á Pepe
Botella y Napoleón, y trinar «contra los infames
opresores; y, por último, siempre siguiéndole, se
le habría encontrado en la puerta de un cuartel,
chapurrando aleuna canción francesa en la que en-.
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