¿LA CIEGA DEL MANZANARES. AS
ja y ajustando al suelo los ladrillos que antes arran-
cara.
Entonces exhaló un suspiro indefinible, que lo
mismo lo arrancaba de su pecho el pesar de sepa-
rarse de aquellas monedas que constituían todas
sus aspiraciones, todas sus alegrías, sus afecciones
todas, que la satisfacción porque de nuevo había
conseguido haber puesto 4 cubierto de los ladrones
su tesoro.
- Mientras se acostaba, pensó el Manchego en el
robo de que había sido víctima aquella noche. Su
dolor era tan grande, que si por un momento se
había acallado, era porque de todo se olvidaba an-
te aquel puñado de monedas que su avaricia ocul-
taba. ?
—i¡Dieciocho duros !—exclamaba.— ¡Ah, bandi-
dos! ya pagaréis en el infierno vuestro crimen,
¡Robar á un pobre ciego!...
Entregado á su desesperación estuvo más de una
hora, hasta que al fin, allá á las tres de la madru-
gada, le rindió el sueño y quedó profundamente
dormido. ,
Pero, ¡qué sueño el suyo!
Aquellas víctimas de su usura llegaban cogidas
de la mano hasta su lecho: separaban la cama de
su sitio, levantaban los ladrillos: y sacaban de allí
su tesoro. | i ret
—Manchego—decía la pobre madre á quien co- :
1