LA CIEGA DEL MANZANARES.
—¿Quién?—gritó malhumorado.
—Soy yo, mi amo, —contestó Zamarra.
—¡Ah! ¿Eres tú, granuja? Espera, que ya salgo.
—Jo dicho—pensó Zamarra;—este tío tiene di-
nero oculto ahí dentro cuando no quiere que yo pa-
se. Paciencia, Zamarra; paciencia, hijo mío, que tú
—E
: darás con lo que buscas.
| Y como sintiera frío empezó á pasearse por el pa-
sillo hasta que el ciego salió.