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248 LA CIEGA DEL MANZANARES.
El capitán de aquella banda, que conocía las
cualidades del joven aspirante, tuvo gran compla-
cencia en contarle entre los suyos, y durante tres
años Zamarra fué uno de tantos bandidos que aso- di
laban aquella comarca, á pesar de la persecución i
de que eran objeto. ¡
Al fin un día, cansado de arrastrar aquella exis- |
tencia nada envidiable, y deseoso de ser jefe, com-
binó Zamarra un golpe por su cuenta, diólo con
éxito, y de la noche á la mañana abandonó aquel
país, y regresó á Madrid en posesión de un capi-
tal que, si no bastaba á satisfacer su ambición,
podía ser muy bien, según él pensaba, la piedra
fundamental de una gran fortuna.
Una vez en la corte, después de no pocos traba-
jos llegó, como verán nuestros lectores, á conse-
guir lo que deseaba. E
Por lo pronto se daba buena vida y gozaba de
perfecta tranquilidad por parte de la policía, que
no sospechaba que aquel hombre, tratante en ga-
nado, según decía, fuese un criminal que, á pesar
de su juventud, si fuese á pagar sus delitos, nece-
«sitaría diez vidas, á más de la suya, para satisfacer .
las exigencias del Código penal.
Era muy entrada la noche de uno de esos crudos
días de invierno en que el Guadarrama obsequia
á los habitantes de Madrid con sus helados viente-
cillos.
- Frente á una casa de humilde aspecto, situada
JAS