252 LA CIEGA DEL MANZANARES.
volvamos á hallarnos con ellos en la casa que ha-
bitan en el barrio de la Cava Baja.
SS qe
El exlazarillo ha acabado de cenar con una ca-
ricia á la bota que ha durado cinco minutos lo me-
nos, y que ha extraído de ella más de tres cuarti-
llos de vino añejo. :
—¡Gracias á Dios, ó al demonio, que he entrado
en calor! —exclamó recostándose en la silla é incli-
nando ésta hacia la pared.—¡Mira que he llevado
un día!
-—¿Pues qué has hecho?
—Un sin fin de cosas, y ninguna práctica, al
menos por ahora. Veo con sentimiento, chica, que do
los negocios se ponen mal.
—Porque no sabéis buscar los buenos.
—Porque no se presentan.
—¡Vaya si se presentan! Lo que hay es que tú
eres demasiado tonto, y no aprovechas los mejo-
- res. Muy valiente, muy decidido, un brazo de hie-
rro y un valor que raya en temeridad; eso es lo
que tú tienes; pero, en cambio, posees un corazón
de manteca, y eso no sirve para el oficio.
—Siempre estás con lo mismo.
—Porque esa es la clave de todo. ¿Qué adelan-
tas asaltando diligencias en medio de los caminos?
Las más de las veces, nada. Yo, de tí, buscaría los >
negocios en pleno Madrid; trabajaría solo Ó conun (
par de buenos amigos; no con esa cáfila de torpes,
QU A