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260 LA CIEGA DEL MANZANARES.
la vanidad, una vil condescendencia y una feroci-
dad propia de su raza, y de la que yo algo he. al-
canzado al criarme á sus pechos...
Una mañana me hallaba sola con mi tía, cuando
oímos ruido de voces, y poco después vimos llegar
á Caridad, que venía á anunciarnos la visita del
sobrino del gobernador,
Era éste un joven muy elegante, muy preciado.
de sus méritos, y para mí, al menos, profundamen-
te antipático.
A los pocos momentos de hallarse en presencia
nuestra, indicó á mi tía su deseo de hablarla á so-
las, y yo me retiré á otra pieza inmediata, pero
desde la cual pude oir la conversación sin perder
ni una sola palabra, pues sólo había por medio un
tabique muy débil.
Aquel hombre empezó disculpándose de que, ha-
biéndole encargado mi padre asuntos de la mayor:
importancia para él, no hubiera venido antes á Ca-
sa; y así diciendo, entregó á mi tía una carta de
mi padre para que la leyese.
Después ví yo aquella carta, y casi me la sé de
memoria.
Decía así:
«Cree cuanto el señor de Avendaño te diga, y
arréglalo todo con él, para cuyo fin, sabiendo que
mi hermano se viene á España, te envío mis pode-
res. El mal estado de mi salud me impide escribir
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