LA CIEGA DEL MANZANARES. 211
tienes para decir eso de un hombre sumamente
honrado?
—No le conozco, ni sé de quién me habla usted;
pero...
No pude acabar, pues un llanto copioso me qui-
tó el uso de la palabra.
Mi tío me hizo mil preguntas inútilmente, hasta
que al fin le entregué la carta de Caridad, y me
separé de él á pasos precipitados.
No es difícil imaginar cuán terrible impresión
debió producir en mi tío la lectura de aquella car-
ta, que contenía con la mayor exactitud todos los
pormenores de mi desgraciada aventura.
Tres horas después vino á buscarme á mi cuarto..
y me halló pálida y temblorosa.
Inmediatamente que le ví, empecé á llorar, y me
tapé el rostro con el pañuelo.
Mi tío se sentó á mi lado, tomó una de mis ma-
nos, y estrechándola afectuosamente entre las su-
yas, me dijo:
—-Inocente niña, yo te juro que te vengaré. _Con-
suúsate: nada tienes de que culparte, y en mí ha-
Harás un protector, más todavía: un padre.
Ya he vendido esta finca. Vamos á dejarla inme-
diatamente para retirarnos á un rincón solitario de
la isla. AIM darás á luz, con el mayor secreto, ese
desgraciado fruto de la impostura y la violencia.
Dejaremos á esa infeliz criatura aquí, y nos ire=
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