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284 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Después de arreglado todo, nos embarcamos pa-.
ra España,
Al abandonar mi país, no vertí una sola lágrima,
- porque, llevando conmigo á mi hijo, patria, fortu-
ha, todo me era indiferente.
Estando en alta mar sufrimos una tempestad
horrorosa, y estuvimos un día en el mayor pe-
ligro,
En el momento más terrible de la borrasca esta-
ba sola con mi hijo en la cámara del buque, cuan-
do oí un gran tumulto sobre cubierta.
En medio de, las voces necesarias para la manio-
bra percibí unas exclamaciones de terror. tan es-
pantosas, y el movimiento del buque era tan vio-
lento, que creí que íbamos á perecer,
Mi hijo parecía que participaba del terror gene-
ral, pues lloraba y agitábase de tal modo, que me
costaba mucho sujetarle en mis brazos.
Mi corazón angustiábase al considerar que las
olas iban á hacer presa en aquella inocente criatu-
ra, y la muerte se presentaba á mis ojos bajo. la
forma más horrible cuando pensaba que, amena-
zando la vida de mi hijo, me quitaban toda espe-
ranza de sobrevivir á mí misma en el objeto de mi
amor.
El universo entero acababa para mí, pues iba á
perecer con mi padre adoptivo y con el fruto que
- levé en mis entrañasy
¡Cuánto echaba de menos la tranquilidad de mi
último asilo!
A
E