286 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—Pues yo deseo que usted salve á mi niño,
—Sólo el interés de conservar tu vida: puede
darme la fuerza y serenidad que necesito.
—Pues mi vida está en mi hijo.
—Ven.
—No; salve usted á mi niño, ó moriré en presen-
cia de usted, negándome á recibir todo socorro. Li-
. bre usted á este pobre ángel.
Este debate fué bastante largo; pero al fin cedió
mi tío al verme tan decidida á no disfrutar de su
odiosa preferencia, y le entregué el niño, tomando
yo el brazo de Pedro.
Cuando subimos sobre cubierta, la tempestad
empezaba á calmarse un poco, y á las dos horas
nos vimos fuera de peligro.
Algunos días después desembarcábamos en Bar-
.
celona.
Y