292 LA CIEGA DEL MANZANARES.
no te la: concedo. Quiero deleitarme presenciando
tu agonía.
Pero no pude conseguirlo. En aquel momento
serití que me cogían violentamente por la cintura,
y que me metían dentro dela casa.
—No quiero separarme de ese hombre... ¡dejad-
me!—grité.
—Desgraciada, ¿ho ve usted que su obstinación
nos perdería?
Escuche ese ruido que hasta nosotros llega; som
los pasos de una ronda que se aproxima. ¿Qué hu-
biera sucedido si la encontrasen á usted en ese es-
tado junto al muerto?
—¿Qué me importa loque suceda? ¡Ah! Si: estu
viese muerto al menos... |
—Eso téngalo por seguro
—No: «yo le he visto. alentar: me he hablado...
VÍVO:s» 0 4]
-—Pero morirá. Mi. mano jamás ha errado el
golpe, y .ese hombre no puede tardar en espirar, si
es que ya no ha. muerto.
Sentimos entonces ruido de voces en la calle.
Eran los de la ronda, que se detenían delante del
herido.
— ¡Un hombre An uno.
«—¡Alto!... y teconozcámosle,-—dijo otro.
—¿Herido has dicho? —preguntó. otro.-—Muerto,
e muy muerto que está.
Entonces respiré. Estaba vengada.