LA CIEGA DEL MANZANARES. 301
que se hallaban rodeando la mesa, cediendo su si-
tio al recién llegado.
—Y tú, ¿dónde vas á sentarte?
—Ya me harán éstos un lado.
—Vaya; pues gracias.
Como por encanto desaparecieron los vasos y
jarras luego que Zamarra apuró el: que le ofre-
' cieron.
—Ya. sabéis—dijo entonces el querido de la
Tuerta—cuál es el. objeto que hoy nos reune en
este sitio. Es necesário decidir: si conviene: :Ó no
dar ese golpe de que la última vez que nos vimos
hablamos; pero antes de convenir nada, precisa oir
á Pedrete, que, como sabéis, es quien propuso el
negocio y el quese encargó de estudiarle para pro-
ponernos luego lo que más convenga. ¿No.es eso,
amigos?
—Eso es, —contestaron varias voces.
Pues entonces, Pedrete, echa: por esa boca lo.
que sepas.
—Lo que sé es—dijo el llamado: Pedrete,—que
el señor del Pulgar sale en una «silla de posta el
día 12, á las. cinco de la tarde, de Madrid, en com-
pañía de su ayuda de cámara y de un servidor de
ustedes. :
¡En tu compañía! —exclamó Zamarra:
-=Justamento; pero esto en el caso de que ast
convenga. Si no entra esto en el plan que se for-
me, quiere decir que estaré entre ustedes.
—Eso ya se estudiará—repuso Zamarra; pero.