LA CIEGA DEL MANZANARES. 315
Y despreciando el peligro, avanzó hacia la por-
tezuela del coche.
Sonó un disparo, y Zamarra cayó al suelo, ex-
clamando:
—¡Pedrete... traidor! ¡Me has vendido!
Con efecto, aquel disparo le había hecho Pedre-
te, que se había puesto al lado de los viajeros al
ver llegar á los soldados.
Los compañeros de Zamarra, al ver á éste tendi-
do en tierra, y que se aproximaban los soldados,
decidieron huir; pero no sin llevarse á su jefe.
En un segundo, Zamarra fué colocado sobre el
caballo de Lorenzo, sujetándo!e éste por .la cintu-
ra, y se dispersaba la cuadrilla por el monte.
, Ya era tiempo, pues en aquel instante llegaban
los cuatro jinetes, sable en mano.
—¿Han huído?—preguntaron.
—Al veros llegar, —respondieron los de la silla
de posta.
—¡Sería cosa de darlos una batida! —exclamó
uno de los viajeros.
—No, por mi vida, —replicó uno de los soldados.
—En el monte no hay quien los dé caza, y sería
fácil que saliéramos perticado; Lo mejor es seguir
nuestro camino. '
Estas observaciones parecieron á todos muy ra-
zonadas, y se siguieron al pie de la letra.
La silla de posta y la diligencia prosiguieron su
camino, comentando los viajeros la ay embura.