Full text: Tomo 1 (001)

   
  
  
  
  
    
  
316 LA CIEGA DEL MANZANARES, 
Lorenzo, como si se viera perseguido, hizo em- 
prender una vertiginosa carrera á su caballo, in- 
ternándose en el monte. 
Cuando se conceptuó en lugar seguro, hizo alto 
y escuchó. 
No se oía el más pequeño ruido. 
Entonces echó pie á tierra con Zamarra en bra- 
zos, dejando á éste con cuidado al pie de un árbol. 
El exlazarillo había tenido una pérdida conside- 
rable de sangre, y estaba, por lo tanto, lívido y 
desmayado, 
—Veamos—se dijo Lorenzo—si este mal tiene 
remedio. 
Y poco menos que á oscuras reconoció la herida 
que Zamarra tenía en el pecho. 
—¡Malo, malo! —exclamó., 
Entonces miró el cadáverico rostro del herido, 
le pulsó, y dijo: 
—;¡Esto se acabó!... ¡Pobre Zamarra! Era un va- 
liente. 
Se arrodilló á su lado, rezó un Padre nuestro por 
su alma, y, volviendo á montar á caballo, partió 
de allí, dejando al herido abandonado. 
Verdad es que Lorenzo lo creía muerto. 
  
A la mañana siguiente, las autoridades, á quie- 
nes se había dado noticia del asalto de la silla de 
posta por una cuadrilla de bandidos, dispusieron 
que se diera una batida al monte, y fué encontra- 
  
 
	        
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