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LA CIEGA DEL MANZANARES. 323
ven ha caído como llovida del cielo... desde enton-
ces se nota la presencia de ese capitán... sin duda
viene á instruir reclutas.
La portera se echó á reir; doña Gumersinda con-
tinuó:
_—¿Sabe usted quién es esa joven? ¿Sabe de dón-
de ha venido?
—No, señora.
—¡Pues á mí no me huele bien!... El otro día
estaba asomada en una de las ventanas del patio.
Al verme se retiró prontamente, como si temiera...
¡qué sé yo!... me parece muy misteriosa la con-
ducta de esas vecinas, y he de hacérselo notar á
mi hijo para que se informe... as es bueno
saber quién hay en casa.
Doña Gumersinda siguió el portal adelante ti-
rando del perro, que se hacía el remolón, y á quien
olía bien el guisado de la portera,
—Nojbien salió á laícalle, cuando se detuvo de re-
pente, dirigiendo sus miradas á una puerta coche-
ra que había hacia la derecha, en la acera fronte-
riza, ¿ mi .
En el umbral, hecho un ovillo, como vulgarmen-
te se dice, tiritaba un perro de los llamados de
aguas, aunque, aun siendo esta su casta, no le con-
venía el/calificativo,
El animal no debía haber recibido en algunos
años ni aun el agua del cielo; su lana, que debió dá
ser blanca, estaba cenicienta, Ñ ostentaba el Neil
acumulado de siete inviernos.