LA CIEGA DEL MANZANARES. 39
chachos... nO, no acabaremos bien con tantas inno-
vaciones.
Cuando veía en la calle algún prestidigitador ha-
ciendo juegos de manos, se santiguaba y pasaba de
largo, exclamando: :
—¡Qué lástima de hoguera! ¿Por qué el Gobier-
no había de tolerar á esa gente que: tiene: pacto
con el demonio? ¡Así anda todo perdido! Ya lós que
se confiesan, no lo e más que una yez al año...
¡no sé dónde vamos á parar!
Todo esto indica que la viuda era lid
acérrima del carlismo, cuyas consecuencias q
taba, desconociéndolas.
Pero lo que ella decía:
—Cuando la gente de iglesia favorece á don Car-
los, es señal de que va por buen camino. Por de
pronto, volveremos á tener las comunidades: reli-
viosas, que son las que favorecen la elaboración
del chocolate, en vez de esos soldados de papel que
interrumpen la vía y pública los ASS cuando
van al ejercicio...
De modo que cuando se supo en Madrid que Es-
partero y Maroto se habían dado un estrecho abra.-.
zo en los campos de Vergara, tomaba el cielo con
las manos, como vulgarmente suele decirse, y no
había consuelo para ella.
- Lo consideraba perdido todo, desquiciada la so-
cda, y el mundo en el camino que conduce dis
rectamente al infierno. A
Para colmo de desdichas, un día vió que entra+