338 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Componían el mobiliario de la sala diez sillas de
Vitoria y un sofá.
Las baldosas del pavimento estaban levantadas
en el sitio donde era más frecuente el paso.
En las paredes y en los muebles había polvo, y
en el suelo puntas de cigarro.
Se eshaba de ver la ausencia de la escoba y del
plumero.
En un clavo había colgados un escapulario de la
Virgen del Carmen, un rosario de cuentas de al-
cornoque, sujetas con alambre dorado, y un bo-
nete. ]
Junto al otro balcón se veía una mesa más pe-
queña que la de despacho, cubierta con un mantel
que ostentaba todo género de manchas, abundando
las de vino tinto.
Aquel lienzo parecía tener odio al jabón y ha-
ber hecho juramento de no bajar al río mientras
durase.
Sobre el tablero, en una fuente de Talavera, hu-
meaba una buena ración de garbanzos, con berza
y patatas, y en un plato aparte esperaban el cu-
“chillo y los dientes media libra de carne, un cuar-
terón de tocino, un chorizo, y eso que las cocineras
llaman relleno, compuesto de desperdicios de carne
untados de huevo.
- También había una ensalada de lechuga con ce-
bolletas, una jarra con peleón y dos vasos de vidrio
verdoso.
- Dos cucharas y dos tenedores.