LA CIEGA DEL MANZANARES. 431
Contestó el cura envanecido, faltándole añadir: —
«O todo aquello que suponga é invente.»
—Sin embargo—repuso el alcalde,—hay mu-
chos que descuidan esa obligación.
1]
—Crea usted, señor Pedrosa, que no hubiera
podido dormir tranquilo sin dar el paso que he
dado.
— AN,
—Porque es usted un hombre recto y de intacha-
ble conducta..
—Por lo menos, odio á todos esos perturbadores,
sacerdotes de la doctrina de Satanás. ¡Oh! si hu-
bieran fiado á mi vigilancia á ese abogadillo que
se evadió en Marzo último de una de las cárceles
de Madrid, á buen seguro que no consiguiera su
intento. pe
Esto sólo probaba que el cura había errado la
| vocación, y que se hubiera empleado, mejor que
| en cantar misa, en atormentar liberales, con tal de
que se los dieran atados de pies y manos.
—Ha llegado el momento de obrar con energía,
—exclamó el alcalde, midiendo la habitación á
grandes pasos, con las manos cruzadas á la espalda,
—¿Va usted á proceder contra esa mal aconseja-
da señora?
l -—-—Hoy mismo; ya estoy faltando á mi deber,
| —Sea usted inexorable con los enemigos del al-
tar y del trono.
—Lo seré, dentro de mis atribuciones.
—Pero al mismo tiempo espero...
—¿Qué? : ES
a
ye
Y!
4
1
A
po.