452 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—¡Yalo veo! ¡y á fe que. no saldría muy bien
parada!
Uno de los agentes permaneció como guardia
de vista para impedir que la joven saliese de la
habitación, mientras el alcalde, con los otros dos,
procedía al registro.
Éste fué compigo, detallado y. minucioso en ex-
tremo.
Lo mismo que en casa de las bordadoras, no les
quedó por hacer más que derribar la finca.
Pero hubiera sido un exceso de celo llevado muy
á mal por el propietario.
No quedó rincón en ninguna estancia que no re-
gistrase, ni baúl, ni mueble, ni cajón que se libra-
se de la pesquisa.
Todo lo que era susceptible de encer rar algo en
su centro sufrió la misma suerte.
La operación duró tres horas, una y boda más
que en la calle del Sagrario.
Pero el cuerpo del delito no parecía.
La bandera no estaba allí, no siendo un objeto
imaginario. |
El mal humor del alcalde crecía con el desenga
ño que tocaba.
Había creído salir triunfante, y quedaba venci-
- do por la joven, á quien profesaba odio profundo.
Era preciso declararlo así, y marcharse, en vis-
ta de la inutilidad de sus esfuerzosá
Sin embargo, no quiso darse por vencido.
Penetrando en la estancia donde la joven estaba
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