470 LA CIEGA DEL MANZANARES,
nándola con grandes males, sino le daba tna lista,
donde constasen los nombres de sus cómplices.
¡Dios mío!
¡Cómplices para bordar una bandera!
La aguja y la seda, y el dedal y el tiempo.
Pero éstos no son cómplices á quienes se pueda.
castigar, ni que revuelvan la bilis de ningun al-
calde.
Sin embargo, Pedrosa le había dicho:
—Ese silencio puede costar á usted la vida.
—¿Pero á quién quiere usted que delate?—excla-
mó ella.
—A los que le han inducido á ejecutar ese tra-
bajo, porque es indudable que esa bandera ten-
dría su destino. ,
-——Mi amor á la libertad es el que me ha hecho
emprender esa obra; en cuanto á su destino... ¡ah,
sí! Yo la reservaba para enarbolarla enhiesta el día
en que cada cual pudiera manifestar su pensa-
miento en alta voz sin temor de ser perseguido por
ello, ni mucho menos expulsado de su patria, ni
encarcelado. Hé ahí el destino que yo reservaba
á esa bandera.
Pero el suspicaz alcalde movía la cabeza á UNO
y otro lado, como no convencido, provocando una
delación por el miedo que trataba de infundir en
su pobre victima, en aquella mosca espiada por
tan tenaz araña. | :
¿Qué había de decirle de cómplices quien no:
los tenía más que en su limpia conciencia?
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