LA CIEGA DEL MANZANARES. TI A
Aquellas amenazas del alcalde no eran más que
efectos del empeño de arrancarle una mentira por
el sistema del terror, mentira que comprometiera
á uno ó muchos infelices á quienes enviar á la hor-
ca en un buen día de sol, para que los vieran per-
near á su placer los habitantes de los pueblos cir-.
cunvecinos. |
Pero no sucedería así, y cansado de su silencio,
concluiría por abrir las puertas de la cárcel.
¡Ah!... No se cumplirían; ¿verdad que no?
Pues un día resonaron muchas pisadas en el pa-
“sadizo á que daba la puerta de su prisión.
Chirrearon cerrojos, se corrieron llaves, y la
puerta se abrió, apareciendo algunos señores que
iban atavíados con negras hopalandas. |
Uno de ellos llevaba un papel en la mano, cuyo
contenido leyó con voz gangosa.
¿Qué decía?
Mariana no pudo explicárselo; no lo entendió
bien; creyó que soñaba.
Sacáronla entre todos de la prisión.
Sin duda iban á ponerla en libertad.
- Vióse de repente trasladada á un aposento lú-
.gubre. :
En él había una mesa con un Santo Cri sto entre
“cuatro velas de cera amarilla que lanzaban sinies-
tros resplandores. A
La esperaban dos hombres vestidos también de. La
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