LA CIEGA DEL MANZANARES. AT,
Mariana sollozaba, hasta el extremo de que las
frases de agradecimiento salían trabajosamente de
sus resecos labios.
En efecto, aquel hombre, modelo de sacerdotes,
verdadero ministro de un Dios de paz y de miseri-
cordia, más adelante cumplió la palabra empeñada
ante una madre en tan amargo trance.
Él cuidó de la educación del niño, logrando ee
cer de él un hombre de provecho.
Respecto 4 Luisa, la tomaron bajo su protección,
educándola en su casa, don José de la Peña y
Aguayo, que fué ministro posteriormente, y su vir-
tuosa señora, haciéndolo de tal modo, que la joven
no tuvo nada que echar de menos, fuera del cariño
de una madre, que con ningún otro se reemplaza.
Con estas seguridades dadas por un hombre tan
formal como el sacerdote, la pobre Mariana quedó
completamente tranquila.
Ni una frase de rencor para sus enemigos que
con tal dureza la trataban, ni un deseo indigno de
tal agonía.
Habló mucho de Dios y de la Eibeftad, su hija
unigénita, vaticinando el imperio de ésta sobre la
tierra, apoyada en el Progreso y en la Justicia,
que son sus o de jornada.
La resignación edificó á los que la acompañaban
en la capilla, así como los electrizó su entusias-
- mo aquella hostia pura con la que habla io a ; :
an toda su vida.