LA CIEGA DEL MANZANARES. 481
Además, el ministro había estado en la emigra-
ción con el esposo de aquélla.
Todo contribuyó al buen éxito de sus deseos.
Desde entonces unió una amistad, no muy Ínti-
ma, pero verdadera, á la viuda y el capitán.
Se veían de tarde en tarde, pero siempre con sa-
tisfacción por parte de ambos.
Por eso en aquella noche en que libertó á Isabel
del lazo que villanamente la tendía un seductor, se
acordó de la viuda, teniendo la certeza de que en
ninguna parte estaría mejor ni más segura la jo-
ven que al lado de una persona de tantos méritos
y de reputación tan acrisolada como la viuda.
Ya hemos visto que no se engañó.
Pero hubo un escollo con el que todo el mundo
tropezaba. e
Este escollo estaba señalado en las cartas geo-
gráficas de la calle de la Madera con el nombre
de doña Gumersinda, que, en unión con fray Meli-
tón, componía un arrecife formidable. |
Así, pues, Andrea era la señora que habitaba el
piso segundo de aquella casa, á quien la buena
vieja había puesto en la calle «por escándalos,» y.
suya era la tarjeta que obligó al propietario de la
casa á bajar á su habitación para explicarla los
motivos que habían obligado á su madre á come-
ter tamaño desafuero, complicado con el encuentro
en la escalera del mandil de masón. :
TOMO L..