LA CIEGA DEL MANZANARES. 54.5
ra que Carolina es mi her mana, que hemos crecido
juntos, unidos siempre por la más profunda amis-
tad y tierno afecto; que doña Ana era para mí una
madre, y don Pedro es mi segundo padre...
—Yo no sé más que lo que acabo de ver, —repu-
s0 con acento severo doña Manuela. :
—¿Qué ha visto usted para-arrojarme de esta ca-
sa en virtud de su derecho de depositaria de Caro-
lina?
—¿Que qué he visto? Les acabo de ver abrazán-
dose. : :
—¡Y eso!...—repuso Angel fingiendo una alegre
carcajada.—Vamos, señora, si no es más que eso,
tranquilícese usted; es una expansión propia de dos
hermanos que hace un año no se ven.
Carolina, que no esperaba la visita de doña Ms
huela, comprendió entonces que ésta no había oído
nada, y acudió en defensa de Angel, que era su de-
fensa propia. E y
Doña Manuela llegó á convencerse en breve de
que tenían razón los jóvenes, y no había para qué
- adoptar la resolución con que había amenazado, lo
cual no obstó para que les predicase media hora so-
bre la moral y la urbanidad, que eran su fuerte,
tratando de hacerles comprender que aquellas ex-
—pansiones tenían que abandonarse ya, porque Caro-
“lina había dejado de ser una niffa, y era una joven
casi casadera. :
Angel y Carolina continuaron por. espacio de
ocho-días viéndose á cada o. y reanudaron
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