LA CIEGA DEL MANZANARES. Edge
“can y se retuercen con furia, después un gemido,
y, por último, la voz de mi amigo, que grita:
-—¡La he salvado! ¡Viva España!
La alegría me presta fuerzas para incorporarme,
descansando en el brazo que hincaba en tierra, y
grito á mi vez: ;
—¡Un abrazo, valiente, antes que muera!
Entonces tu padre me dijo:—«¿Crees que voy á
abandonarte? Primero era salvar nuestra bandera,
ahora salvarte á tí.» Y como si nada hiciera, me
levantó en alto, tomóme en sus brazos, y Con la
bandera y conmigo llegó hasta donde se había im-
provisado nuestro hospital de sangre, volviéndose
luego á luchar por su patria.
El enemigo, á pesar de la ventaja del número,
abandonó el campo, que al fin después de diez ho-
ras de luchar as por nuestro.
Desde aquel día, ¿necesitaré decir á ustedes que
mi eratitud y cariño hacia mi amigo Antonio, el
padre de este chico, fueron inmensos?
-——¡Noble acción fué aquella! —dijo el conde.
—$Sí que lo fué—repuso Amalia; —pero dáme,
Pedro, la taza, que te serviré otra, pues esa dele
haberse quedado tan fría como estábais vosotros
aquella noche caminando sobre la nieve.
——
Mientras don Pedro refería su aventura de la
guerra, el conde no separaba la vista de Carolina,
hacia quien cada día que pasada sentíase más in-