560 LA CIEGA DEL MANZANARES.
elinado, tanto, que hacía tiempo debía haber regre-
sado á la Corníia, y permanecía en Monforte por no
tener fuerza de voluntad suficiente para separarse
de la joven.
Angel notó la insistencia de las miradas del con-
de, y el volcán de los celos despertó en su corazón.
Era aquella la primera nube que empañaba el
cielo de su dicha.
En su ansiedad por saber si su sospecha tenía al-
gún fundamento, buscó, bien que forzada, una oca-
sión, y dijo á Carolina:
—¿Has notado cómo te mira.el conde? Ese hom-
bre te ama.
Carolina, para quien aquella pregunta, así como
la afirmación de Angel, fué una sorpresa, pues en
todo pensaba menos en que el conde se interesase
por ella, lanzó una alegre carcajada por toda res-
puesta, | :
: Fué tan franca y tan sincera, la risa, que Angel
ge tranquilizó; pero fué mayor su bona cuan-
do oyó decir al conde que á la mañana siguiente
saldría para la Coruña, porque le era imposible de-
tenerse más tiempo. : ee ;
A las once terminó la velada en casa de don Pe-
dro, y Angel regresó á la suya por demás inquie-
to, sin poderse dar segura cuenta de la causa que
motivaba su disgusto é intranquilidad.