584 LA CIEGA DEL MANZANARES.
sición brillante; que os sacrifican á los dos por el
interés? ¡Ah, pobres hijos míos! No desesperéis;
aquí está vuestro padre para defenderos. n
Y desoyendo las advertencias y ruegos de su hi-
jo, se puso el sombrero, y apoyado en su roten sa-
lió de su casa, encaminándose á la del señor del
Pazo.
—Veremos—se decía por el camino,—si á mí tam-
poco quieren recibirme. Por supuesto, que conmi-
go no se andan con tonterías, porque tengo malas
pulgas, y á él y á ella... ¿Pues no faltaba otra,
cosa!
Refunfuñando y dado á los diablos, llegó el pa-
dre de Angel á la casa de don Pedro.
Éste se hallaba con su esposa en el despacho,
cuando sintieron un descomunal ruido en la dom
Sala, y la voz de don Antonio, que gritaba:
¡A má con esas, granuja! OS que voy á ser
tan cándido como el chico, que voy á dejar que pa-
ses recado, para oirte decir luego si los señores
pueden ó no recibir? No, señor. ¡Pues no falta-
ba más! |
—Ahí está el padre—dijo Amalia á su esposo.—
Si quieres que mi plan no se malogre, domína-
te, habla poco, y déjame que yo me las entienda
con él.
—Es, Amalia, que se trata de mi mejor amigo, de
un hermano. :