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LA CIEGA DEL MANZANARES. 61
sa, les anuncio que no estoy dispuesto á continuar
sufriendo más disgustos.
Son muchas las veces que ustedes me han llama-
do. para cosas así, y tengan en cuenta que el ocul-
tarlas puede comprometerme, pues falto á los debe-
res que la ley me impone.
—Pero, doctor—exclamó el francés, —¿cómo iba-
mos á esperar este lance cuando estábamos cenan-
do tan tranquilos?
—Los que, como ustedes, hacen una vida tan di-
sipada, esto deben esperarlo siempre.
Si, cumpliendo con mi deber, diese parte, y el
juez se encargara de aplicarles el Código, verían
ustedes cómo se enmendaban radicalmente.
¡Qué disgusto para las dos familias!
—Le damos á usted palabra formal de enmen-
darnos, —dijo Freyssa.
—Dios quiera que la cumplan ustedes mejor que
las anteriores.
Encarguen al criado que vele al enfermo; que -
tan pronto como note en él alguna alteración, va-
yan á buscarme.
—¿Tan grave está?—preguntó Freyssa.
—Mucho; y si sobreviene un derrame interior;
lo cual es muy fácil, no hay salvación para él.
Me retiro: dentro de dos horas volveré á ver có-
mo sigue.
Los tres amigos acompañaron al doctor hasta la
puerta del hotel.
Antes de montar en su carruaje, les recordó los-