LA CIEGA DEL MANZANARES. 617
—Esto no es posible que me lo diga Carolina.
Pero confrontó la letra, y no tardó en convencer-
se de que era suya. Sin embargo, leía aquella car-
ta, y su razón se negaba á aceptarla como de su
amada.
—Será obra de Amalia—se decía.—¿Pero cómo
iba ella á acceder á esa imposición? ¿Cómo ella, que
tanto decía amarme, iba á descargar un golpe tan
terrible á mi*pobre corazón? ¡Imposible! ¿Debo
creer que se ha extinguido su amor? ¿Debo resig-
narme á matar mis esperanzas?
La lucha que sostuvo Angel durante estos díus
fué terrible, hasta que al fin decidió convencerse
de su situación afrontándolo todo.
Por la tarde, después de consultar con su padre,
emprendió el viaje á la Coruña, no sin antes infor-
marse del paradero de la joven. ;
Una vez en la capital gallega, se puso en acecho
por si veía salir á su amada; pero inutilmente: ni
Amalia ni Carolina salieron aquellos días.
Decidido al fin á hacer.algo, y luego que desis-
tió de avistarse con Amalia porque sabía que nada
liegaría á obtener de ésta, una mañana esperó á que
saliese uno de los criados que servían en la casa de
su amada, y lo siguió.
Cuando volvieron la esquina de la calle, se ade-
lantó Angel, y deteniendo al sirviente, le dijo:
—¿Tiene usted inconveniente en que hablemos
un rato?
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TOMO LL 78