Full text: Tomo 1 (001)

     
  
632 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
ba á su término, porque don Antonio desesperaba 
ya de conseguir calmar aquel espíritu atribulado 
por el pesar, cuando cierta frase que el dolor mis- 
mo arrancara de los labios de Angel hizo pensar 4 
su padre, como ya en otra ocasión le ocurrió á Ama- 
lia, que su hijo le ocultaba algo, que era de todo 
punto preciso que él conociera. 
Reconociendo don Antonio que él, todo esponta- 
neidad y franqueza, había de hacer mal diplomá- 
tico que arrancara á fuerza de astucia aquel secre- 
to que seguramente se le ocultara, prefirió afrontar 
el asunto, y así lo hizo, obligando á Angel á que le 
diera á conocer cuanto entre Cafolina y él había 
mediado, sin ocultar nada. Cuando Angel le confe- 
só la verdad, el anciano exclamó: 
—¡Ah, miserable! No reconozco en tí al hijo que 
he educado, procurando inculcar en su alma los 
sentimientos dignos, nobles y honrados de mis ma- 
yores. Lo que has hecho es una infamia que el Có- 
digo castiga y que la sociedad no perdona, no de- 
-be al menos perdonar. Si amabas á Carolina, de- 
biste respetarla, proceder con hidalguía, con no- 
bleza, como exigía el apellido que llevas, y del 
cual eres indigno. 
La cólera rebosaba de su corazón, y no podía. 
explicarse en manera alguna acción semejante en 
aquel hijo que era toda su alegría, el objeto de su 
orgullo, el ser á quien más amaba, y del que nun- 
ca hubiera esperado otras acciones que las más dig- 
nas y elevadas. 
  
  
 
	        
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