634 LA CIEGA DEL MANZANARES.
sobre su nombre honrado dejó mi pasión impresa
en un momento de extravío.
—No, hijo, ese paso voy á darlo yo por tí. Estas
canas, compañeras de las suyas, contendrán en
parte su justa cólera, y espero, ¡Dios quiera que
mis esperanzas no se defrauden! que al invocar
nuestra antigua amistad, que al hablarle al alma
ceda á mis súplicas y hallemos en su respuesta tu
felicidad, que ya hemos llorado perdida.
Así diciendo, don Antonio abandonó su casa, en-
caminándose á la de su antiguo amigo, en cuya
presencia se encontró bien pronto.
—¡Al fin has vuelto! —exclamó al verle, con acen-
to de dulce reconvención, el padre de Carolina.
- —S$í, Pedro; he vuelto para pedir dos cosas gran-
des, santas, sagradas, para el hombre de honor: tu
perdón para Angel y la mano de tu hija para el he-
.redero de mi nombre. Hasta que logre conseguir
o ambas cosas, esta cabeza, que siempre se mantuvo
erguida, no se levantará en tu presencia; y si es
- preciso, hasta mis rodillas se doblarán ante tí y mis
labios no cesarán de repetir estas frases: «¡perdón
“para mi hijo!»
Don Pedro, cuyo cariño hacia el padre de Angel
no era de esos que pueden extinguirse, porque es-
taba edificado sobre la gratitud y el trato frecuen-
te y por todo extremo cariñoso de más de cincuen-
ta años, exclamó abriendo los brazos: |