LA CIEGA DEL MANZANARES. 685
—Y sigo siéndolo.
—¿Le darás buenos consejos en la parte que el
respeto lo permita?
—;¡Ah! Si el señorito los siguiera.
—Pero estoy seguro que mi sobrino no te hará
caso. :
—El que haría de un guardacantón.
—¡Qué cabeza!
—Incorregible, señor.
—Me obligará á levantar mano y que se com-
ponga él solo como pueda. 078
—¡Tanto como eso!
—;¡Oh! Sí; estoy cansado de sus escándalos.
; -—Eecariaio sia dacl Mauricio sorprendido,
pues se quejaba de lo contrario.
—¡Seguramente que no puedo calificarle de otro
modo! Es un hombre que no tiene enmienda, que
no sienta la cabeza. ! |
Mauricio creyó que no oía bien; precisamente lo
que á él le incomodaba era que la hubiese sentado
tanto. ; Eo
El tío o prosiguió: e :
—No se contenta con llevar una vida alegre co-
mo otros jóvenes; ¡la suya ha de ser crapulosa!
—¿Crapulosa? priS
—¡Disipada!
—¡Pero, Dios mío, 'si leia yo dados los oídos
á componer!
—Tú mismo le Ae
——Pero es porque yo...