LA CIEGA DEL MANZANARES. 107
El pobre ayuda de cámara seguía resbalándose
sin saberlo.
—¡Bergante! —exclamó el capitán, avanzando
hácia él. |
Pero éste, en vez de huir, se APproximó.
Hacía ya algunas semanas que estaba soñando
con un puntapié, y creía el momento llegado,
Sin embargo, Rivera ni aun hizo ademán, cosa,
que entristeció á su criado.
—i¡Nada, no me le da,—se dijo Aa sí, —i¡Cómo
degeneran los amos!
Rivera le asió de la solapa de la americana, di-
ciéndole:
—8i sé yo que llegas ni aun á dirigir atrevidas
miradas á esa joven, voy á sacar tiras de tu pe-
llejo.
—Pero, señor, ¿no o usted bastante con doña
Andrea? ¿Quiere usted comérselo todo?
—¡Miserable! E
—Bueno, me abstendré; pero... le juro á usted
que no han sido mal recibidos mis Ub
—¡Mientes!
—Como usted quiera.
—¿A qué has venido aquí?
—Hablaré con el corazón en la mano, :
—Si presumo no más que me engañas, te es
trangulo, h
—Pues bien; he venido comisionado por su tío.
de usted.
- —¿Comisionado?