LA CIEGA DEL MANZANARES. - Al:
criaturas? ¡Ay, Dios mio!... tendrán que vender
candela en el Prado... ó barquillos... ó buñuelos...
y, ¡es claro! en tal situación no aprenderán á leer
ni á escribir... ¡del santo temor de Dios no hay que
hablar!... ¡serán unos!... ¡Dios me perdone!... ¡y
después de perder sus cuerpos perderán sus almas
para la vida eterna! ¡Qué porvenir más triste y
más horrible!
Por un trabajo mental de deducción, « casi instan-
táneo, doña Gumersinda veia desarrollarse á sus
ojos la vida de aquellas criaturas, como se ven los
cuadros en un cosmorama.
Primero la venta de candela que se daba enton-
ces en los paseos públicos para que los fumadores
encendieran sus cigarros, no estando desarrollada
aún la industria que ha dado celebridad á Cas-
cante. | |
Después los barquillos, las malas compañías, la
sustracción de pañuelos de los bolsillos de las per-
sonas descuidadas; luego el robo con fractura, y las
circunstancias agravantes de escalamiento y noc-
turnidad; el presidio, como consecuencia inmedia-
ta, y si robaban en cuadrilla, cadena perpetua, y
si al robo acompañaba el asesinato con premedita-
ción y alevosía...
¡Qué horror!
Doña Grumersinda los vió sentados en el banquí-
llo, y con un corbatín de hierro haciendo la última
mueca, mientras el cura los recomendaba el alma,
y las madres espectadoras daban azOion:A á sus hijos