LA CIEGA DEL MANZANARES. 147
“también le da el tiempo necesario para arrepentir-
se de sus culpas y llorarlas, como las loró el rey
David; ¿qué más puede pedir á la munificencia di-
vina, á ese padre de la misericordia, que si bien le
quita el alimento corporal, le da el pan eucarísti-
co, pan de salud y vida, que no es Otro que el cor-
dero pascual sacrificado en el Calvario?
Pero váyales usted con estas verdades á estos li-
beralotes, profanadores de templos y verdugos de
los pobrecitos frailes.
Doña Gumersinda se enjugó el sudor que inun-
daba su rostro, efecto de la atmósfera caliginosa y
viciada que había respirado en la guardilla, y de
la santa indignación que la produjeron las pala-
bras del carpintero.
No se explicaba, no podía comprender que un
hombre perdiese su alma á sabiendas.
Es decir, se lo explicaba por lo del liberalismo
y la desamortización, que era lo mismo que expli-
carse el flujo y reflujo del mar por el binomio de
Newton. LS
Así llegó hasta la puerta de su casa, porque ha-
bía empleado cerca de un cuarto de hora en bajar
quince escalones.
Iba á tirar del cordón de la campanilla; pero se
detuvo. :
Acababa de ocurrírsele una idea respecto de al-
gunos inquilinos, á quienes su hijo tenía alquilada
la casa. |
Arriba, un hombre que murmuraba de Dios, es-