LA CIEGA DEL MANZANARES. (DL
El otro la contestó riéndose:
— ¡Pero muchacha!... Yo he bebido, y tú eres la
que estás calamocana... ¿no sabes que soy un
melitar de tropa?
¡Tropa!
Esta palabra fué una revelación para doña Gu-
mersinda, y, aunque á oscuras, vió claro; es decir,
vió con los ojos del entendimiento.
Aquel hombre no podía ser otro que el capitán
de Ingenieros que entraba en el piso segundo.
Sin duda estaba citado con la muchacha, y ésta
salía á recibirle á la escalera para besarse impune-
mente sin que se apercibiera doña Andrea.
¡Qué escándalo!
Como iba algo chispo, según acababa de confe-
sar, la había confundido con su novia.
¡Es decir, que hacían de aquella casa, antes tan
tranquila, un lupanar! |
Ninguna escalera de la calle de la Madera había
presenciado hasta entonces escena tan cínica, tan
atentatoria á la moral, á las buenas costumbres de
aquella honradísima casa.
Doña Gumersinda, montando en cólera y con
las ideas algo turbadas, efecto de lo que creía ha-
ber descubierto, no pudo coordinar más que estas
palabras: e E
—¡Ya se lo diré á mi hijo!
—¡Cómo!—exclamó el me/itar.—¿Tienes un hi
jo? ¿Te atreves á tener un hijo estando soltera?
—¿Pero qué dice este hombre? :