762 LA: CIEGA DEL MANZANARES:
—Doña Andrea... ¡es usted muy inocente!
—Esas palabras—dijo Isabel — parece que en-
“vuelven una ofensa para mí, y exijo que las expli-
que usted al momento.
—Hay cosas... pues... que se explican por sí
solas.
—i¡Doña Gumersinda!...
—En una palabra, lo que ha pasado .es esto: Él
venía más que alegre, según confesión propia, de
Chamberí, donde había estado merendando con
otros compañeros escabeche y huevos duros.
—¡Tesús!:..
—Nos encontramos. en la escalera, había “poca
luz, aunque él estaba alumbrado, y así pudo equi-
vocarme con esta señorita, que salió después, y se
- puso muy celosa, al ver que estaba Apenn á
otra mujer.
- Isabel se cubrió el rostro con las MANOS, mien-
das su protectora, saliendo á su [een] repli-
caba:
—Lo que ce estan didióndo no tiene: sentido
común... es monstruoso y absurdo. ¿Cree' usted
que la persona á quien se refiere no elige: sitios
más decentes cuando come fuera de su casa? ¿Cree
usted que un hombre de su condición come y..se
embriaga en las tascas de Chamberí como un mo-
zo de cordel? Y, por último, ¿cree usted también
que está acostumbrado á promover escándalos en
la escalera: de una casa decente? Nos hace usted
muy poco honor á todos con tales suposiciones.