LA CIEGA DEL MANZANARES. Edd
querido estar dando la vuelta al mundo;,:ó corrien-
do un temporal en el Cabo de Hornos.
¿Cómo excusarse?
¡Imposible!
- No quería pasar por grosera. |
De ese modo sólo hubiera conseguido acentuar
más su conducta rencorosa.
Dió una mano al atavío de su persona, ponién-
dole alnivel de las circunstancias, y después de
sorber un polvo de rapé, costumbre que había ad-
quirido frecuentando el trato del P. Melitón, que
le sorbía á toneladas, descendió lentamente al piso
segundo.
La mano la temblaba al tir ar del cordón de la
campanilla.
—¡Si se hubieran intibrtó de repente! —murmu-
raba.
Tal es el egoísmo humano.
Por evitarnos un pinchazo con un alfiler, vería-
mos con gusto que nuestro mejor amigo se cortaba
una pierna.
Pero doña Andrea no se había muerto; estaba
viva y sana, y hasta tenía buen color.
Recibió á su vecina como si tal cosa; como una
buena amiga recibe á su amiga.
—No vamos á reñir,—la dijo, asiéndola una ma-
no cordialmente.
—Lo sentiría; —contestó doña ionuersinak,
—Para que acaben de una vez sus sospechas,
voy á descender á un terreno que no debía... y al
e