LA CIEGA DEL MANZANARES. 831
Este París es muy estúpido, mucho, y no se ha-
bla de otra cosa que de tus dobles relaciones.
—Mejor, David; así el conde caerá más fácilmen-
te en la trampa; habrán interesado su amor propio.
—Eso no hace falta; ese imbécil millonario está
perdidamente enamorado de tí.
—¿Por qué lo sabes?
- —Lo sé, porque no da pruebas de otra Cosa, y
porque es necesario estar ciego para no compren-
derlo. 100
—¿De modo que tú crees segura la conquista?
—Según.
—Entonces sobra huestro hombre.
—No tan pronto, Adriana, no tan pronto. Cierto
es que urge quedar en una situación franca; pero
después de asegurar lo que es nuestro, por más que
lo haya pagado el americano. Es preciso que en
tanto no se arregle lo del conde de Lesset, no de-
mos nada que sospechar al bueno del señor de Guz-
mán, el cual podría ponerse en guardia y desapa-
recer de la noche á la mañana con todo lo que aquí
- hay, si no es que nos ponía de patitas en la calle,
al convencerse de tu infidelidad. Sobre todo, Adria-
na, ten la seguridad de que la menor a
puede costarnos muy cara.
—No tanto, David. ¿Te olvidas del conde de
Lesset?
—No me olvido, Adriana; pero tengo la seguri-
dad de que ese joven sitio] que hoy daría por
tí su fortuna y hasta su honor, si se lo exigías, el