Full text: Tomo 1 (001)

  
  
  
  
  
DIE 
LA CIEGA DEL MANZANARES. 835 
«Es preciso, señora, que os hable. Cuanto soy lo 
pongo á vuestros piés. No aumentéis los pesares 
que sufro desde que os ví en el Bosque.», 
— Toma, —dijo, después que hubo escrito. — 
Cuando la entregues el bouquet, esperas un instan- 
te, y si nada te dice, la entregas este lápiz, si es 
que está en el antepalco, y la dices: «SOy reserva- 
da; contestad, si 0s dignáis hacerlo.» Te aguardo 
con la respuesta. 
Mientras el conde y la florista hablaban, dos per- 
sonas habían permanecido con la vista fija en ellos. 
Era una la princesa; la otra, el Chileno. 
  
Salió Lisia á buen paso del proscenio, y llegó 
sin detenerse al palco de la princesa. 
Ésta, al verla entrar, salió al antepalco, aceptó 
el ramo, y luego de vacilar unos instantes, acce- 
dió á la indicación de la florista, temiendo que se 
la escapara su prosa, y en la misma tarjeta del 
conde escribió estas palabras: 
«Esperad unos días. » 
Roberto no había tenido paciencia suficiente pa- 
ra aguardar el regreso de Lisia á su platea, y, lle- 
vado de su ansiedad por conocer la respuesta de la 
princesa, se encaminó al corredor donde estaba si- 
tuada la puerta del palco que Adriana ocupaba, y 
al cual llegó en el instante mismo en que, rebosan- 
do alegría por el feliz éxito obtenido en el desem- 
peño de su difícil misión, salía la joven del palco 
con la tarjeta en la mano. 
 
	        
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