LA CIEGA DEL MANZANARES. 855
los límites de la excesiva prudencia, á pesar de co-
nocer la historia que David había hecho publicar
bajo autorizada firma, comenzar un asedio en toda
regla. :
Y, por último, la forma y manera en que esto po-
«ría hacerse.
Como consecuencia de estos demorada á da si-
guiente noche volvió la princesa al teatro Francés.
Como el espionaje por parte de Roberto conti-
nuaba, no tardó éste en entrar á ocupar un palco
frente por frente al en que estaba Adriana.
Hallábase el telón levantado, y sin temor de equi-
vocarme, puedo aseguraros, que ni una sola mi-
rada, ni un solo segundo de atención merecieron
aquellos notables artistas de la princesa ni del
conde diranto la representación de aquel acto.
Roberto, á pesar de que Adriana le alentaba con
sus miradas, no se decidía á acudirá una cita que £ se
le daba con los ojos, y esperaba que á su imagina-
ción acudiese una idea. luminosa que le permitiera
aproximarse á la mujer á quien había llegado á
amar con verdadera pasión.
Aquel temor injustificado del «conde Henaba de
alegría á Adriana.
No se trataba de un on obisa no. se a dtratodba, de
'una vanidad que deseaba satisfacción, DO; se tra»
taba de un amor nacido con fuerza grandísima, y
claro es que lo que nunca hubiera otorgado el ca-
-pricho, la vanidad ni.el deseo, lo concedería desde
luego y de buen grado la pasión. :