LA CIEGA DEL MANZANARES. 867
conocer que su vanidad de mujer no pudo menos
de sentirse satisfecha. : :
Cuando Roberto, poco tiempo después, regresaba
vencedor al stand recibiendo las felicitaciones de
todos sus amigos, se apresuró á buscar 4 la prin-
cesa... nl
Esta lo acogió con una sonrisa, al mismo tiempo
que le decía: y
—Reciba mi enhorabuena, conde: nunca hubiera
creído que fuese usted tan buen jinete, pues induda-
blemente si no monta usted á Licori, la apuesta la
hubiera yo ganado.
—Es, Adriana, que el amor me ha prestado sus
alas. de: |
—Quiere decir que estoy en deuda con usted.
—Y que es deuda que no perdono, did
—Ya sabía yo que se mostraría usted poco bené-
volo con el vencido.
—¿Acaso no tengo razón para ello?
—No discutamos, amigo mío; me resigno con mi
suerte.
—¿Pero pagará usted? ;
-—¡Qué exigencia! Poca paciencia tiene usted,
querido conde. y
—iLlevo tanto tiempo esperando! —Después de
_ brevísimos instantes el conde añadió: —Supongo
que no me guardará usted rencor si reclamo con ur-
gencia el pago. Hago muy mal acreedor, |
—Ya lo veo, amigo mío. Afortunadamente á mí
no me gustan las cuentas atrasadas, po