90 LA CIEGA DEL MANZANARES.
cho, en las que lucían sus habilidades las que te-
nían instintos de peluqueras.
De allí han salido muchas peinadoras con título.
Los chicuelos de todas edades pululaban.
La moda entre ellos era ostentar en el labio su-
perior las:abundantes y verdosas secreciones de la
nariz y en llevar la cabeza perfectamente afeitada
desde la coronilla hasta la nuca, de modo que la
parte superior simulaba muy bien una gorra de
pelo, especie de selva virgen que tenía sus habi-
tantes.
Jugaban á la toña, á las chapas y al moscardón.
Eran completamente felices cuando podían atra-
par á un perro y atarle á la cola una regadera.
Los más talluditos se ensayaban en el cané con
alguna baraja vieja robada en cualquiera taberna,
ó disponían para el día siguiente una de aquellas
pedreas que hacían salir del cuartel á un escuadrón,
y cuyo fin oculto era dejar tuertos ó con algunos
dientes de menos á los vecinos honrados que salían
á dar una vueltecita.,
De noche, el barranco cambiaba de aspecto.
La sombra le hacía misterioso y lúgubre.
De vez en cuando cruzaban de una á otra de sus
orillas bultos extraños que se recataban.
Se ofan'silbidos estridentes como en la isla de las
Culebras á orilla del Mississipí, y diálogos cambia-
dos en voz baja en el caló de los presidios.
A veces, interrumpía el silencio un
muerte. .
Luo]
orito de