CAPITULO LXXVIHI
Por sorpresa.
A la caída de la tarde, los jóvenes se mostraron
- “otra vez en el parque, y Luciano perdió la poca ra-
zón y sangre fría que le quedaban, al verlos cami-
nar del brazo hacia el alegre emparrado que ha-
bía en el centro del jardín.
Entonces fué cuando, cediendo á un irresistible
frenesí, franqueó la escalera de la torre, salió de '
su retiro, y, deslizándosé como un alma en pena
por entre las breñas y peñascos de la montaña, des-
cendió por el estrecho y rápido sendero que condu-
cía á la campiña hasta llegar á' la calle solitaria
de árboles, á la cual daba la puerta. del jardín de
Felisa.
Una vez junto al muro, -púsose á escuchar conte-
niendo su respiración.
Un vago murmullo de voces, sin duda las de los
dos amantes extasiados con el encanto de sus