920 LA CIEGA DEL MANZANARES.
confidencias, sintió llegar hasta él, unido á las má-
gicas cadencias del ruiseñor que cantaba en los ár--
boles vecinos.
Estos acentos, impregnados de una dulzura infi--
nita, y el espectáculo grandioso que ofrecía la Na--
turaleza á aquellas horas en que las sombras de
la noche comienzan á extenderse sobre la tierra,
en lugar de calmar á Luciano, le exasperaron
más aun.
Acordóse de haber visto aquella puerta abrirse
una mañana repentinamente al impulso de algún
oculto resorte ante el anciano cuya visita había
sorprendido pocos días antes.
Su mano, trémula, recorrió las alineadas filas de
clavos y asperezas que ofrecía la madera, en bus- |
ca del secreto de la entrada misteriosa. Su agita-
ción era horrible, y sus sienes latían como dispues--
tas á estallar.
Por fin sus dedos se detuvieron en uno de los cla-
vos, que, hundiéndose, hizo girar la puerta, sin
- Causar el más ligero ruido. p
Luciano penetró sin titubear en el jardín. Al fin
había entrado en aquel misterioso retiro donde
tantas veces penetró su imaginación en segui-
miento de la joven. :
El telegrafista se adelantó lentamente sin que le
- asustara la idea del abuso que cometía, al ir como
un ladrón á espiar los secretos sólo á la soledad
confiados. p
Deslizóse á lo largo del muro, y poco á 4 poco fué: