936 LA GIEGA DEL MANZANARES.
pentina resolución fijaba sus ideas, y bajo el im-
pulso de sus manos que se reanimaban, el telégra-
fo se movió al fin... se movió, sí; pero era para
anunciar que la niebla y la noche interrumpían la.
comunicación de noticias.
De este modo la orden fatal quedó, por decirlo
así, suspendida sobre la cabeza de Clotilde, que
continuaba aún gozando con la alegre compañía de
las jóvenes.
Aquel regocijo había de trocarse bien pronto en
el dolor más amargo.
El pesar marcha siempre sonriendo búrlonamen-
te detrás de la dicha.