y
LA CIEGA DEL MANZANARES. 95
Este animal pasaba sus ratos de ocio, es decir,
aquellos que no dedicaba á los ratones, en mirar
al pájaro con una atención sospechosa y poco tran-
quilizadora.
Cuando le miraba se relamía.
mirlo no debía estar enterado de lo que esto
que a decir, pues, al parecer, no le preocupaba
gran cosa.
La Tuerta hizo que Adela tomase asiento, mien-
tras ella preparaba la cena.
Esta consistía en unas gallinejas, que compró en
el camino, y un trozo de pan.
La pobre niña apenas lo probó.
El recuerdo de su hermana no salía de su imagi-
nación.
Pensaba también en su suerte, creyendo que
Dios la había hecho un beneficio al depararla aque-
Ma bondadosa mujer.
La bondadosa mujer la soiminabe entre tanto,
y rindiendo culto á su belleza, calculaba las utili-
dades que indudablemente la produciría.
Era un buen negocio la caridad ejercida de aquel
modo.
—Vamos, hija mía, —la dijo dulcificando su voz,
—acuéstate y descansa, que bien lo necesitas,
—Pero... ¡y mi hermana!—exclamó la pobre
ciega olvidándose de su propia situación.
—¡Tú hermana!... sí, es una desgracia... pero
¡qué demonche!... nada adelantas con llorarla. ?
- —¡Oh, Dios mío! e O